martes, abril 27, 2010

Luz divina

Cecilia tenía el pelo castaño y la voz insoportablemente chirriante, de esas que te taladran los oídos y la cabeza y deseas que se silencie... Cecilia tenía flequillo y una mirada que derretía cualquier témpano, al punto que no querías más que acurrucarte en su abrazo. Sí, era eso, Cecilia era un oxímoron. O es.
No supe más nada de ella, lo que sí recuerdo fueron la primera y la última vez que la vi.
La última vez, estaba con su habitual calidez y Juan charlando como si no hiciera frío y fuera de noche con un hombre de la calle. Era tarde y no me detuve a indagar al respecto, pero Cecilia no tenía prisa y supe que entendía el sentido del agua, del aire, del sol. En fin, de la vida.
La primera vez, era pura sonrisa. No recuerdo cómo fue ni acerca de qué comenzamos a charlar, pero al instante estabamos esperando a la profesora entre mate y mate riéndonos a carcajadas. Nunca fuimos amigos en el estricto sentido de la palabra, pero siempre hubo un cálidez implicita, ella era la hermana que yo nunca tuve, y yo, su hermano.
No sé por qué, pero una mezcla de horarios complicados en la facu, mis horarios de canillita que me impedían ciertas salidas de fines de semana «porque tengo que abrir el kiosco» hicieron que dejaramos de frecuentarnos y a nuestros contactos-nexos en común.
La última vez que la vi no quise interrumpirla, pero supe, definitivamente, que comprendía el sentido del agua, del sol, del aire. En fin, de la vida...

Luz divina.Lisandro Aristimuño

jueves, abril 22, 2010

Entre la ética y la estética

Creo que me falta mucho que aprender, incluso mucho más que a escribir con más de cuatro dedos...
Preguntas y preguntas que rondan mi cerebro, cerebelo y bulbo (¿se nota que mamá es profesora de Biología?), pero las respuestas no llegan... No hay angustias generadas, ni de-generadas, más bien un inquietante por qué, que está tornandose más en un para qué, al que no sé responder.
La mejor respuesta sería intentar o, aunque más no sea, esbozar un cómo...
De cualquier manera, hay un placer para nada sucio (¿quién dijo que los placeres tuvieran que relacionarse con algo tan feo como la suciedad?) en estas preguntas, hay un disurrir gozoso que no me hace temer a la pérdida del tiempo, sino más bien me genera una sensación de desafío, de un «llame ya» sin compromiso, sin culpa.
Mientras tanto, disfruto del devenir, del hacer, del dejar que las palabras se desgranen sin apuro hacia vaya cualquiera a saber dónde van a parar: soltarlas, dejarlas ir para que encuentren su camino, su destino.
Como yo...




Libertango. Versión de Esteban Morgado