jueves, julio 02, 2009

Viajes literarios

Los trenes, como ya mencioné hace poco, tienen ese sabor a magia, a imaginarte qué historias esconden los pasajeros, las risas, los ceños fruncidos, las piernas apuradas, las miradas tristes, las caricias, las limosnas, el cafetero...
Pero creo que después de un tiempo en el cual la única literatura se limitaba a algunas visitas bloggeriles, a algún pasquín leído a las apuradas qué vayaunoasaberdedóndesalió, las tediosas correcciones de un texto impropio en todo aspecto, las envolturas de las barras de cereal y un diario de consultorio, volver a oler un libro, volver a sentir que la savia me recorre, que mi imaginación fluye, que se exacerban mis ganas de escribir, de leer, de ensoñarme a bocanadas locas no tiene comparación alguna.
Y vuelvo a encontrarme, y entre otras cosas, vuelvo a reafirmar mi sí, que mi elección no está errada...
Y en el medio, la coyuntura de la vida, los ritmos que siguen transitando sus tiempos, el polvo de mi cama, la nausea de las enfermedades que traspasan esta tierra, los barbijos desafiantes, la política ignorante, la violencia en las calles hondas..., y la vida sigue...
Y heme aquí, con mi lapicera chorreante de tinta, cual sustancia seminal que pugna por salir, proteina de leche que alimentará a alguien (espero), así estoy, alerta, expectante de musas, de poemas y letras que me vistan el alma desnuda de palabras y ávida de más literatura como la que en este momento no me da respiro siquiera, y que escondo de a ratos, como quien esconde un chocolate para que dure más...
Y asiento con la cabeza a un Barthes imaginario sentado al lado mío en torno al goce carnal, visceral que produce la literatura...
¿Será coincidencia que las tres primeras letras de su nombre sean las tres primeras mías también?
Sería mágico morir en París... Y escribir una novela de a dos. Y estar enterrada en la misma tumba que mi amor. Aunque prefiera, de a ratos, ser ceniza...
Sería mágico morir en París...
Eso sí, no por la caída de un Airbus...


Los locos de Buenos Aires. Alejandro del Prado