El chico de la librería (the second’s)
Hoy me desperté con un pinchazo en la garganta –creo que estoy incubando una angina pultácea– y con un humor digno de una mala onda como debe ser…; o sea que, a pesar del café con leche y las galletitas media tarde y la ducha matinal habitual, todo parecía presagiar que el estado sería irreversible…
Leí a Hernán, y cuando llegué a la esquina de mi trabajo, vi que el vendedor de flores acomodaba unos ramilletes de calas sobre su regazo, y pensé para mí: Están velando a mi vicio, a mi abstinencia nicotínica… (porque yo también estoy dejando de fumar). (Señal de alerta 1.)
Como estaba de un ánimo irascible, cuando a media mañana, en mi trabajo, me anunciaron que tendría que salir a la calle a hacer un par de tramites, puedo asegurar que con mi barbilla podría haberle pasado un trapo al piso de la escribanía, sólo que como tiene moquette, lo hacía aún más frustrante…
Luego de almorzar –enhorabuena: ¡en casa!– salí a encontrarme con la burocracia del microcentro, y mientras caminaba por Avenida de Mayo, me distraje por un lugar que llamó mi atención: “Paseo de la Resistencia” (citaba el cartel a la entrada). El nombre, más allá de que tiene que ver mucho con mi historia y con mi estado actual, me disparó a pensar sobre algunas cuestiones, y me prometí resistir a las garras del tiempo y volver a ir por allí, a la mayor brevedad posible. (Porrazo 1.)
Caminé por el Pasaje Carabelas, y me sorprendió la densidad poblacional de motos y autos –estos últimos parecían adolecer de sentido de pertenencia–. (Anecdotario 1.)
Bajé por la avenida Corrientes, y como no podía ser de otra forma, un poco por sentido histéricouterinofemino –lo reconozco, mordiéndome el labio inferior, encogiendo hombros, con cierto pudor y nada fingida vergüenza–, y otro poco por curiosidad real, me detuve en la vidriera derecha de mi librería de cabecera, y encontré con la mirada un cedé que me interesaba. Dudé unas minimilésimas de segundo, y entré. Fui directo al mostrador, no sin dejar de mirar de reojo, con la vista entornada, para comprobar que él estaba. Pocos minutos estuve allí, pero como sucede siempre que uno no lo espera, me encontré cruzando dos palabras con él, que me preguntó si había podido leer los libros (¡¡¡fui una sola vez, y hace un mes y medio!!! ), descubriendo que se llamaba Gabriel o Javier, y enterándome, finalmente, que ese día le dolía la cabeza. (Porrazo 2.)
Para finalizar, en las tres cuadras que restaban hasta mi lugar de trabajo, me topé con grandes carteles que anunciaban al Trío Fattoruso, y no pude más que sonreír pensando en el tannat del otro lado del río ancho como mar… (Anecdotario 3.)
Así se transformó un día extraño, de una semana aún más extraña, con gente a la que fácilmente voy a poder decirle que no –ardua faena para mí–, que va a estar coronada por amigos hacia el fin de semana, y a la que voy a forzar a llenar de estudio en algún momento, para rendir el jueves próximo. Pero lo más maravilloso, es que tuve que convencerme, forzosamente, de que es verdad que las cosas vienen cuando no hay intervención de la expectativa. Y son así, de golpe y porrazo.