lunes, febrero 14, 2011

La cerrazón de la serranía

Las piernas se estiran lampiñas y se decoloran del blanco azulado al dorado pálido para llegar, al final de las vacaciones, a un té con leche.
Esa mismas piernas que dos años antes casi fallecen bajo una camioneta cerca de otro cordón montañoso y que esta vez solo fueron víctimas de una abeja y de una cámara fotográfica bajo mi aprobación abrazaron el cuerpo viril de tres años de amor, sintieron un tirón en el muslo izquierdo y caminaron sierras que se imaginaron propias.

Esta vez no hubo más que fotos, no hubo textos en azul lavable ni en cuadernos que llevó la mochila celeste por doquier bañada de esencia de maracuyá, pero sí, palabras apretaditas para el recuerdo personal e íntimo y para invadir de bits (o no) la pantalla de los lectores potenciales y los de siempre.

Nunca se tendrá le certeza de si fue el miedo a la muerte que a veces invade, los efluvios orientales, el yoga ajeno, las meditaciones, torsiones y estiramientos o el aire serrano, pero algo cambió las almas, eso es casi seguro, pequeñamente pasiva, pero genuina metamórfosis.

Hubo brazos y abrazos y palabras malas (las de verdad malas, las hirientes, las que lastiman y hacen llorar, y no hay soplido que cure), pero hubo gestos hermosos, vitales, generadores de pensamiento y magia y dudas sobre los que parecían ser argumentos plantados en tierra firme.

Fueron dos semanas y un plus que parecieron tu aliento en invierno, que se empaña y borra al instante, pero duraron lo suficiente como para generar estas letras...


Al amparo del cielo. Liliana Vitale