miércoles, junio 25, 2008

Cuestión de fe

La ventana lagrimeaba. Y él se preguntaba dónde había perdido su sombra.
Los cigarrillos apagados, pero todavía humeantes, se acumulaban en el cenicero que parecía gritar «basta, cuidá tus pulmones –o al menos dame aire a mí–».
El bollito de papel con una sentencia atiborrada de nada, y de todo, estaba frente a él, mientras él mascaba vaya a saber qué cuestiones de qué índole cuasi filosófica, o filosa, por lo menos.
Se apretaba las manos, se mordisqueaba los labios, hacía ruidos guturales, como si alguno de esos gestos, bien lo sabía, innecesarios, lo fueran a distraer de sus pensamientos.
Miró la biblioteca y se preguntó por qué tantos libros que no leía. Y algunos, mal escritos.
La migraña volvió a atacarlo con sus dedos punzantes, deslizó un quejido y se estiró como un gato, decidió estirar sus largas piernas y salir de ese letargo inhumano. Se corrió el mechón que a su edad ya tenía que dar por muerto, se paró con fiaca y se fue.

No había más papel higiénico, ni jabón. Lo anotó en una página en blanco de un block imaginario y se encaminó, mejor, a prepararse un mate cocido. «No importa», se dijo, «podés bañarte con jabón blanco», continuó.
Abrió la lata de yerba, puso la pava en el fuego de la izquierda, al fondo, y se recogió el pelo con una birome vieja, sin tapa, carcomida y seca. Buscó en el lavadero el jabón blanco y al mirar los broches se dijo que, tal vez, eran más acordes para su rodete pre-baño. Sonrió con una mueca extraña.

«Poder de síntesis, ¿dónde estás?». Agarró la tijera y cortó el flequillo que lo venía acompañando desde su adolescencia; pero sabía que, al igual que esos pelos que se iban por el agua del inodoro, la tenía que dejar ir. Puteaba de manera inusual cada vez que veía en la tele a un pseudo-psicólogo que hablaba de adolescencia tardía. «¿Quién era el dueño de los tiempos internos? ¿Acaso había clics que determinaban, como hitos históricos, cuándo uno pasaba de una etapa de su vida a otra?» Recogió las llaves de arriba de su escritorio y salió, no sin antes darle agua a la tortuga. Afuera llovía, pero no usaba paraguas.

El agua caía y caía. Tibia, sobre su piel. Se estremeció. Cerró los ojos de golpe, pero pronto se dejó estar por esa agua que se deslizaba por su cuerpo, por su pelo, como un mimo suave. «Amniósis», pensó un neologismo, su pasatiempo preferido. Tomó los pedazos informes de jabón blanco y comenzó a deslizárselo por el cuerpo. La espuma la retrotrajo a su infancia e instintivamente, una reminiscencia con aroma a coco se apoderó de su baño. Suspiró.

Miró para todos lados. Y miró para abajo, el ruedo de su pantalón era un caldo que se iba a transformar en una gripe a muy corto plazo. Encogió los hombros, ¿qué otra cosa más podía pasarle?. En ese momento sonó el celular, dudó entre atenderlo o no. Dejó de lado, una vez más, al azar y atendió. La voz del otro lado, luego de unos segundos, le provocó, en ese orden, sobresalto, intriga, sorpresa y sonrisa.

Cerró las canillas. Tomó la toalla y el pomo de crema para el cuerpo. Siguió con el ritual de cepillo de dientes dentífrico enjuague e hilo dental. Desenredó el pelo con antipatía y gozo a la vez, por lo largo que lo tenía. Entró Ismael a tomar agua del bidet. Le acarició el lomo. Cayó la toalla a sus pies.


De golpe, la ventana dejó de llorar. En la pared de al lado, la pava hervía.



El uno, el dos, el tres. Mecano


miércoles, junio 18, 2008

Te la devuelvo acá *

Tus ojos se cerraron por un rato, y tu pecho late al compás de tu ronquido suave, que es música y aliento a vida en mí…
Tu boca, a la espera de un furtivo beso, se abre almibarada impunemente sin darse cuenta de ello.
Y tus alas quedan plegadas en tus omóplatos, protegidas de los roces de este mundo, que te hace caminar, paradójicamente, con esa tranquilidad y seguridad que me abruman, que me quitan el aire, haciéndome presa de una envidia sana por no saber (¿poder?) manejar los borbotones de sentimientos que se anidan en mí.
Y hago una espiral con mi cuerpo y me acuclillo a tu lado, a la espera de ese abrazo que, más temprano que tarde, llegará.
Y me quedo embelesada observándote, e imagino esos sueños que nunca recordás: un castillo de cartapesta de tu infancia, una charla que tuvimos, uno absurdo –como todos–, uno musicalizado por vos, hay tanto que podrías soñar…
Y me conformo con suspirar, apagar la luz, y soñar con vos…





* o «mi» Plegaria para un niño dormido… (solo que vos no creés…)


Tu nombre me sabe a yerba. Joan Manuel Serrat