lunes, julio 12, 2010

El kiosco

Nunca fui al kiosco, a ese kiosco donde probaban las últimas golosinas que habían salido, en el que espiaban las curvilíneas pantorrillas de las transeúntes que caminaban por el andén.
Ese espacio que era más que un kiosco, sacrosanto ámbito en el cual, de palabra, se hicieron hombres, reducto de confidencias (¿y de confinamiento?), de tardes y tardes de vagancia, de paso, de compañía, escape certero para huir de casa, del tedio, usina de películas absurdas, de cuadernos ilustrados, de sonrisas y, estoy segura, de lágrimas alguna vez.
Sin embargo, y a pesar de las fotos, de imaginarlo una y mil veces, nunca lo ví abierto, nunca estuve allí.

Y hoy, en ese arrebato que genera la nostalgia me pregunté si aún estará abierto, o si sólo estará habitado por los chicos que fueron, por los hombres que imaginaron ser...


* * *


En el tiempo en el que viví sola –o no tanto– todavía era posible correr de noche al kiosco de la esquina.
Recuerdo haber querido comprar un rollo de papel higiénico, de madrugada, un fin de semana, y como al buen hombre no le quedaba más, me dio el que tenía en su trastienda.
Me acuerdo de las golosinas –las pocas que compraba en esa época–, de los desesperados atados que compraba cuando fumaba y llovía, cuando fumaba y estudiaba, cuando fumaba y compraba...
Ese kiosco resistió mi mudanza (y los cuatro años que viví allí). Hace poco volví a transitar delante suyo una vez por semana, y hace un par de miércoles descubrí que el kiosquero amigo seguía allí. Él no me reconoció, pero a mí se me emocionó el alma.


* * *
Cuando te conocí iba a tu casa en otro colectivo, e, incluso, volvíamos en otro colectivo (o tomabamos el que tomamos hoy, pero en otra parada). Cuando empecé a quedarme a dormir en tu casa, y quedarme hasta los lunes por la mañana, juntando modorra y algo de ganas de ir a trabajar, era cita obligada comprar algo en el kiosco, más para conseguir cambio que por necesidad de algo.
Eso duró bastante. Incluso, sucedió que cambié de colectivo, y el kiosco, de dueño.
Hace un tiempo, este año casi con certeza, cerró su ventanuco. Y yo nunca compré nada allí.




Demasiado. Lisandro Aristimuño