viernes, febrero 23, 2007

Il ritorno

Ya estoy de vuelta, y acá dejo una huella de mis vacaciones, un tanto melancólicas, reflexivas, llenas de montaña, de aire fresco, del calor y el afecto de mi hermana, mi cuñado y Pluma, y de alguna gente que conocí a través de ellos... Con ustedes, los papeles que hablan por sí solos...




























Blackbird.The Beatles.

miércoles, febrero 21, 2007

11 (pero sin 6)

(Consigna 11 del taller: cuento breve)

Mística de pecas

A G.A.G.C.



Este es uno de esos sucesos futurodependientes.
Son o no son un suceso, de acuerdo a lo que
pase más adelante.
Futurodependientes. Nicolás Chanseaud.

(...)y encontraste mis ojos buscando algo místico
en los tuyos, (...)
La sonrisa más linda del mes. Gastón Gayoso Cuesta.


Apretó ojos y dientes, e imaginó la voz de alguno de sus amigos (e incluso la de su vieja) diciéndole: “Pero Ariel, no seas pelotudo...”. Fue a la cocina, puso a calentar agua para unos mates, y encendió la radio. Reprimió una risa lágrima en la gargantaalma: sonaba esa canción de los Decadentes en la que el cantante no puede aclarar su deseo... Poesía pop decadente... Poesía post caída...
Prometió no volver a enamorarse.
Salió a la calle somnolienta de las ocho de la mañana, y se dirigió a tomar el subte que lo conduciría directo a ese trabajo que ya no le sería útil para sostener una familia a formar con Laura, pero sí para sostener su vida en soledad a duras penas. Otra vez éstas putas lágrimas. Y tosió como acto reflejo, como si el catarro pudiera funcionar como pañuelo consuelo. Se sentó (milagrosamente). Al lado de él, su réplica femenina hipaba, lloraba copiosamente, y se sostenía con suavidad (practicando acrobacia aérea) al asiento de falsa pana desteñidamente azul. Sin querer queriendo, una fuerza entrañable lo despabiló de golpe, y tal fue la sacudida, que le pareció verse desde afuera, y desconocerse. Le agarró la mano (pecosa y adorable), y se la llevó hacia su ojo (lluvioso y adorable). Ella sonrió: e inmediatamente sintió una calma que creyó olvidada en algún lado (mentira, con Laura).
Llegó a su estación, deseando que por única vez el trayecto cotidiano hubiese sido más largo (aunque su perfume quedara con él).
-Tu estación.- le dijo ella leyendo sus pensamientos.
No tuvo tiempo de un cómo lo supo.
-Me llamo Mariana, y viajo siempre a esta hora.-siguió.
Las puertas chocaron de golpe ante su nariz, y ella, tras ellas, siguió viaje, ahora soleada.
Afuera olía a otoño. Sonrió.


A cada a cada mujer. Seru Giran.



jueves, febrero 15, 2007

Besos con agua nieve

Hoy está lluvioso y húmedo, y mientras mi hermana está vendiendo sus artesanías arriba, yo estoy acá abajo, leyendo el correo y sacando las pelusas de ésta habitación..., les mando un beso con agua nieve, cerro nevado, y alegrías grises... (y por supuesto un textito del taller).

Para la semana que viene -que ya regreso- les prometo más noticias.

El 10

Consigna 10 del taller: fluir hacia lo impredecible, sin llegar a lo inverosímil.




Es una sala de espera. Como muchas salas. Y de espera. Alguien está sentado allí, (obviamente esperando).
Ya hace un rato que espera, y la intranquilidad empieza a ganarle la partida a la quietud. Levanta la vista y comienza a mirar con cierta ausencia de realidad a su alrededor. Un cuadro viejo –y de baja calidad– con un marco que otrora fuera dorado (o un ocre amostazado) que reproduce caballos. Una planta que semeja artificialidad, pero es curiosamente real. Y la típica mesita de formica gris, ratona, pero no por la altura, sino por su condición…
El esperante se desespera. Busca en los bolsillos. Y encuentra. Un chicle pegoteado y envuelto en su papel original (¿se habrá olvidado de tirarlo a la basura?), que deja como souvenir en la mesita gris; un par de migas, un celofán de garrapiñadas (suspira y se relame la lengua) y una birome. Bic. Azul y sin tapa. Pero no hay papel alguno. Vuelve a mirar a su alrededor. Extrañamente no hay revistero. Se pone de pie de golpe porque le asaltó una duda (¿te pone un revolver en la cabeza?). Y de pronto la ve. Brillante, irradiando una luz que lo encandila y le saca una sonrisa. Vuelve a ensayar la búsqueda en el bolsillo de su raído saco gris amarronado. Le guiña un ojo. Silba un “fiu fiu”. Se hace el que no la ve y comienza a escurrirse por el pasillo que sale al encuentro y lo acerca a ella. Y es ahí cuando se da cuenta de que hace calor. Más le seduce su presencia. Pero cuando está a punto de rozar con total impunidad ese cuerpo turgente, brillante, metalizadamente vibrante, un golpe seco mental lo detiene: no tiene ni una moneda para una bebida fría.
Se siente decepcionado y vuelve pasillos atrás (como en el rewind de las películas) y vuelve a sentarse en el mismo asiento donde estaba, pero algo se lo dificulta: hay una señora gorda, y de edad, que ocupa su lugar (bah, dos lugares), y se le descompone la cara: ¿y si es verdad que está adentro de una película?
La gorda de pronto está besándolo. ¡Horror! ¡Eso no puede estar pasándole…! Pero sí. Pero, pero… ¿qué hace tirado en la alfombra y la gorda acercando sus labios de rouge indeleble, y sus ojos de hipertiroidea? Y ahí nomás se da cuenta. Sufrió un sopor. Bueno, en realidad se desmayó, y la gorda presta, solidaria y desesperada, se ofreció a hacerle una “respiración boca a boca”. Y eso vuelve a hacerlo caer. ¿Cómo puede ser que en ese lugar, justo en ese lugar, nadie más pueda prestarle una ayuda? (que al menos la devuelvan luego, che…).
Intenta reincorporarse. Sí, a la vida normal (o a lo que quede de ella). Y de pronto se da cuenta de que la gorda ya no está. Pero…, ¿cuánto tiempo pasó entre que se desmayó, la gorda se le echó encima a los chapos limpios, y volvió en sí? Mira su reloj pulsera, y sólo encuentra tres pelos ralos, y ninguna aguja, pero el ventanuco que está arriba del machimbre de revestimiento está en completa oscuridad. Y tiembla. Eran las dos de la tarde cuando entró allí, y ahora, lanza la sensación de ser cerca de las ocho. Descubre que sigue temblequeante y tirado en el piso. Se agarra de una de las sillas de moquette azul eléctrico, esperando una descarga de energía que lo ayude a incorporarse y hacer algo, pero algo lo detiene. Es el chicle, que seguramente se cayó de la mesita, cuando él se desmayó y que por el calor de su cuerpo se ablandó y ahora lo pegotea a la alfombra y a su cola chata. Gruñe, y luego de tironear, de enredarse en una maraña de chicle gris oscuro inmunda, logra levantarse a los tumbos para ir a buscar a alguien que le dé una explicación, o que al menos intente devolverle su calurosa tarde, su tiempo, que no será mucho más que esa salita machimbrada, pero es suyo. Busca el pasillo que antes había visto, pero ahora gira la cabeza para el otro lado (se pregunta para qué lado cayó al desmayarse), y empieza a caminar hacia alguna puerta, o ventana, o sonido que le diga algo…
Siente un chirrido, y un olor a acetona que casi lo hacen recular, pero piensa que ese puede ser su pasaje a la recuperación del tiempo. Avanza agitado hacia una luz que se abre en el pasillo.
– Gómez.– grita una voz chillona, atrás suyo.
Sigue caminando hacia el Cutex hipnotizador.
– Gómez. – vuelven a repetir con cierto nerviosismo.
Es su turno, pero él sigue por el pasillo…





Pequeña historia de una función. Coti Sorokin.



La secuela