miércoles, junio 21, 2006

Historias de XX y XY

Presuntos implicados

Tenía la vista perdida. En el monitor apagado. Agarró las llaves del auto y caminó hacia la puerta. No podía sacarse a Nico de la cabeza. Y pensaba también en Martín, y en Lucio, y apretó los ojos. No quería lágrimas.

Saludó al sereno, levantando la mano derecha, y se subió al auto.

Puso el cedé de The Cardigans, y se perdió en la música de sus pensamientos. Y volvieron Nico, Martín y Lucio, uno a uno, y alternando su orden cada vez.

Recordó la primera vez que habló con Nico, había sido a través de un mail para una nota del diario. Nico era fotógrafo. Y era sensible, y era cinco años mayor que ella, y era soltero. Ella no. Y tenía a Martín, que era un sol, y al que no pretendía traicionar, y a su chiquitito, a Lucio, su hijo.

Nico era maravilloso, era comprensivo, sintonizaban en muchas cosas: pensaban absolutamente todo, se cuestionaban una y mil veces cada paso dado o por dar, se reían de las mismas pavadas, giraban como casitas de caracoles hasta encontrarle la salida a cualquier “teoría metafísica”. Eran enroscados los dos. Pero algo no estaba yendo bien, o tal vez, estaba siéndolo demasiado, y eso sí que era un problema.


* * *

Valeria es divina. Pero no me banco más esta situación. La quiero mucho como persona, me hace muy bien su cercanía, pero yo no soy un hijo de puta, y están Martín, y Lucio, y no va, también los quiero. Me da no sé qué.
Voy a hablar con Vale, y me va a entender…


* * *

Le costaba sacarse de encima la imagen de los ojos verdes de Nico –porque habían decretado entre los dos que era necesario descartar el azul–, pero conjunta e inmediatamente le venían los ojitos almendrados de Lucio… Sacudió el aire, como si de moscas se tratara, para disipar las dudas…, y las lágrimas. Volvió a pestañear, con pestañeos cortitos y nerviosos. Ansió llegar a su casa y dormir.

* * *

No tengo ganas de preguntarme por qué nos cruzamos ahora, pero es un hecho, y hay que convivir con ello.
¿Cómo puede ser? Si pasé por tantas…, y por cosas jodidas…
Soy un pelotudo. Yo, que fotografié a ese “torturador de mierda”, o que estuve en situaciones tan chotas, ¿cómo puedo estar hecho un flancito? Siento que si me soplan me desmorono… No puedo sentirme tan vulnerable, ni quiero complicarme, ni sufrir, ni mucho menos complicarla a Vale.
Otra vez el caracol de mierda. El enrosque, la vuelta.

* * *

Era tarde ya, pero el camino a casa estaba transitado. Y recordó que de más chica, había tenido amigos que luego devinieron en amores, y en amantes, y la relación no volvió a ser la misma, pero porque tampoco había sido ese su origen. Entre ella, y esos amigos el aire se puso pesado, irrespirable, no ese puro de antes que destapaba cualquier catarro, todo lo contrario, y el catarro llevó al ahogo, y a la consecuente muerte de la amistad, de hecho, de la relación. Y lamentó profundamente la pérdida de esos amigos, de esos confidentes. Ahora, no sólo no podía permitirse eso, sino que iba a ser egoísta por una vez en su vida, e iba a elegir conservar a Nico… Su amistad era invaluable para ella, y no quería perderla. Tampoco a Martín, ni a Lucio, ellos eran “sus” hombres. Nico no, era otra cosa.


* * *

Todo esto fue motivo de charlas de café –¿excusas?– con ella. Pero lo mejor es esto. Es preferible renunciar a una fantasía, que perder mi amistad con ella. El riesgo de saltar esa cornisa es enorme, y el resultado puede ser nefasto: el vacío, la nada…


* * *

Se debatía constantemente en querer hacerle sana sana y soplarle las heridas a Nico, y la ternura, el amor incondicional, y la constancia de Martín. No era justo. Para nadie. Para nada. Pero eso era así. Se chocaron justo, en el camino del cansancio, del tedio, del blues (¿te acordás de Blues Motel? le preguntó él una tarde…), pero no era posible. Ni siquiera imaginarlo.

* * *

Ella me pidió que desandara mi entusiasmo. Yo, que no diga más “por ahora”. Soy muy sensible a sus palabras. Lo llamo el “Síndrome Valeria”.
Desandarse, no desnudarse. Desandarse, si desnudarse –las almas–. Y ahí sí, reciencito nomás, un abrazo como alas.

* * *
Las luces de su casa estaban prendidas.
Estacionó el auto. Tomó aire. Suspiró. Cerró los ojos dos segundos. Y bajó del auto.
Sonrió: Martín y Lucio estaban en casa…

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Sin caer en la tentación de ser pedante, descubro que la polifonía y la hipertextualidad me han hecho más rica.
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